La Escenografía Instantánea
Martirene y los fantasmas

Ardua geometría, sutíl, incomparable geometría. No hay neurosis en ella ni materialidad grosera ni caprichos opinativos y apresurados, sólo nítida racionalidad, sólo el platónico reino del espíritu, eterno, elegante, preciso e incorruptible.
La fotografía arquitectónica de Martirene se inscribe en esta tradición y aporta a ella un nuevo y fresco toque estético.
El arte de Martirene es el de la geometría escenográfica. Se trata de sorprender con la mirada el momento en que las casas, los edificios, las calles, los artefactos revelan su entraña geométrica. Mirada y pulso, ojo de halcón y mano de terciopelo, como se dijo a propósito del maestro Cartier Bresson. Captar la otra naturaleza, la geométrica, latente en los lugares que habitamos presurosos, siempre muy ocupados. Y el logro es, por lo tanto, un rescate, es una sorpresa, un disloque de lo obvio y consabido, un regalo, el regalo de un nuevo sentido.
Las escenografías de Martirene sólo están pobladas por los fantasmas que convoca y configura la imaginación del contemplador de las fotos. Pero ciertamente hay presencias: una silla en la playa veneciana implica un veraneante sentado, y dos sillas juntas implican una conversación, si están muy juntas la conversación es amorosa. La composición de las fotos rige con fuerza la naturaleza de las presencias fantasmales, el personaje que acaba de irse o que está por llegar esta en función no sólo de la geografía elemental, sino de aspectos más sutíles de las fotografías, como el tono de la composición fotográfica, por ejemplo. Así, los fantasmas no son siempre presencias humanas. Una foto de Martirene en la que se ve la sombra de unas frondas cayendo sobre un muro y una puerta nos remiten a personas tanto como a música o  poesía: una pieza de Schumann, tal vez, o un poema de Juan Ramón Jiménez, de seguro, tal es la grandiosidad nostálgica e íntima del momento captado.
Las escenografías de Martirene son escenografías instantáneas y no captan la naturaleza, sino la obra humana. El paisaje es paisaje humano, es instante cargado de sentido. Es tumba, ventana, cúpula, corredor, muro, columna, puerta, piedra cincelada, madera talláda, vidrio, hierro forjado, y atrás, arriba, muy arriba, los ópalos del cielo.
Pero el elemento básico del trabajo de Martirene no es mineral ni vegetal ni animal, no pertenece a ninguno de los tres reinos de la naturaleza, el elemento básico es la luz. Todo volumen varía su expresión en función de la luz que lo hiere. Martirene capta tonos de luz, ciertos colores aquí y allá, muy matizados. Luego, distancias, espacios. Pero la luz es la que engendra las distancias, los espacios que hay que balancear en la composición. Hondo, hondo, la fotografía tiene que ser honda: un plano, otro plano. Lo oscuro y lo claro bailan en la balanza mental, los espacios se generan y desaparecen, surgen, se funden en ese momento angustioso y extático en el que el dedo está por disparar, clic, perpetuizando el instante, clic, bajo su luz perfecta, clic, donde nace la armonía insuperable y sorprendente, clic, clic, clic…
Es decir, lo que hace Martirene es cumplidamente claro y cabalmente inexplicable, la fotografía arquitectónica, la escenografía instantánea con todos sus fantasmas y poderosos decorados, es remisa a la explicación racional. ¿Cómo explicar el instante de Martirene?. ¿Qué pasó antes y qué pasara después?. ¿Y qué pasa en el instante mismo en el que la gravedad monumental de la arquitectura cobra la etérea ligereza de la luz?.
Pero tú sabes, Martirene, que el ojo piensa y que el ojo no necesita palabras para decir lo que piensa, le basta y le sobra con las formas, la luz y los tonos de color, tú lo sabes, y nosotros, cuando vemos tus sorprendentes instántáneas escenográficas, tus paisajes humanos, lo sabemos también, puedes estar segura… Y lo humano, Martirene, tú lo sabes, no está sólo en la cabeza, tronco y extremidades de hombres y mujeres, niños y ancianos, lo humano está en las obras, en lo fabricado, en los espacios que crea el homo faber para habitar, que el árbol se conoce por el fruto y el humano por sus construcciones y artefactos, ¿verdad que sí?. Y ahí están tus fotografías para probarlo.

Hugo Hiriart
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